Cuando Juan Filloy falleció, el 15 de julio del año 2000, a los 105 años de edad, la mayoría de los obituarios dieron cuenta de su longevidad, repitiendo que era uno de los pocos seres humanos que había pasado por tres siglos. Y aunque las notas necrológicas le hincaron al diente a la obra del cordobés, muchas también redujeron la impronta de su literatura al costado más lúdico, repitiendo hasta el hartazgo la particularidad de que todos sus libros tienen títulos de siete letras (‘Ignitus’, ‘Gentuza’, ‘Caterva’, ‘La potra’, ‘Balumba’, ‘Tal Cual’ y unos setenta volúmenes más, varios de ellos inéditos) y que están atravesados por la destreza de Filloy para el arte de la palindromía. Y si bien las dos cosas son ciertas, no están ni por asomo en el centro del proyecto literario de este escritor que fue una referencia explícita para ‘Rayuela’ de Julio Cortázar, y que llegó a cartearse con el mismísimo Sigmund Freud.
Quizás por su ubicación geográfica o por la propia extrañeza de su materia literaria, la obra de Filloy demoró en llegar al gran público, adquiriendo cierta visibilidad su nombre en los años finales, cuando comenzaron a llegar las entrevistas, las monografías y los homenajes. Esa tardanza no deja de sonar injusta en el contexto de la literatura argentina, tal como en su momento expresó el escritor Mempo Giardinelli: “Uno de los crímenes más inexplicables de la cultura fue ignorar a este hombre al que podríamos llamar el Balzac argentino”.
Cuando en el año 1931 publicó su primera novela, ‘¡Estafen!’, en una cuidada edición pagada de su bolsillo, el abogado Juan Filloy era un activo ciudadano de Río Cuarto, una apacible ciudad ubicada al sur de Córdoba, vinculado a diversas organizaciones sociales y deportivas, colaborador del periódico local y entusiasta lector que gustaba, además, de la conversación y el buen comer.
La primera novela de Juan Filloy relata las peripecias de El Estafador, un delincuente recluido por cinco meses en una cárcel provincial que decide compartir con los compañeros de penurias, sus amplios conocimientos en el mundo de la estafa. El Estafador, del que nunca conocemos el nombre y que interactúa con otros personajes presentados por su función en el lugar (El Comisario, El Auxiliar, El Magistrado), evidencia las mejores cualidades del ser humano ante una circunstancia adversa: solidaridad, sentido de la justicia y apoyo al más débil.
Además de fundar los cimientos de la torre novelística y cuentística que, en las siguientes décadas, elaboraría libro tras libro, ‘¡Estafen!’ incorpora una de las preocupaciones idiomáticas a las que el autor le dedicó mucho tiempo: la construcción de palíndromos. El escritor cordobés siempre se jactaba de haber batido el record en creación de frases que se leen con el mismo sentido en cualquier orden, superando a su antecesor, el emperador León Vl de Bizancio, que llegó a publicar 27. Filloy, en cambio, escribió más de diez mil. En ‘¡Estafen!’, presenta algunos ejemplos en la voz (o la escritura) de su protagonista:
AMIGO NO GIMA
A TU ACOSO, CAUTA
EL DA MAS; AMADLE
LA DIVA AMA A VIDAL
NO LO CASES A COLON
¡SOÑAD SOLO LOS DAÑOS!
A LA MANIA, COCAINA MALA
SE BRUTAL O NO LA TURBES
ACUDE EL AVE Y EVA LA EDUCA
A TI NOTARON, ELENOR, ATONITA
ALLI SALE DON ELENO DE LA SILLA
OIRAS LA FLAUTA: MAS AMA TÚ AL FALSARIO
El lenguaje
Cincuenta y siete años después de la publicación de ‘¡Estafen!’, en 1988, Juan Filloy volvió sobre el tema con la edición de ‘Karcino’, un tratado de palindromía en el que, además de realizar un completo estudio histórico a modo de introducción sobre el tema, presenta “fillogramas” de entre dos y diecisiete palabras. Con su trabajo arqueológico y reorganizador con las palabras, que trasciende el mero aspecto lúdico para internarse en la densa materia del idioma, Juan Filloy subraya la riqueza de una lengua, reafirmando lo que alguna vez dijo en una entrevista y que, a la luz de estos tiempos atravesados por el entramado virtual de las redes sociales, que muta para mal a los convencionalismos del idioma, suena más que vigente: “Si tenemos un idioma de unas setenta mil palabras, ¿por qué nos vamos a conformar sólo con usar 800?”.
Imaginación
Publicada en 1934, ‘Op Oloop’, la segunda novela de Juan Filloy despliega, al igual que su antecesora, toda la arborescencia del lenguaje al servicio de una historia de ribetes delirantes, constituyéndose en una suerte de versión del ‘Satiricón’ de Petronio atravesada por un realismo minucioso y un humor que, aunque no da tregua al momento de referir las mil y una situaciones que en su último día de soltería vive el protagonista, nunca se presenta como un golpe de efecto sino como un elemento constitutivo del propio entramado del libro.
Hay cierto consenso en la crítica en señalar a ‘Caterva’, la tercera novela de Filloy, publicada en 1937, como su mejor libro. Ambientada en la década del treinta del pasado siglo, la historia sigue a siete linyeras que se mueven a lo largo y ancho de la provincia de Córdoba, viajando de garrón en trenes cargueros y discutiendo sobre la vida, los amores, la política y la muerte. Hay cierto tono grotesco, en extremo estrafalario, al presentar las conversaciones entre los linyeras sobre temas tan variados como el esoterismo o la criptografía en un contexto lúgubre. Esa aparente disonancia le permite a Filloy, desplegar en boca de sus protagonistas una especial capacidad de observación que, al volcarse en la escritura, en el relato en sí, no pierde nunca el sustrato humorístico.
Luego de la publicación de ‘Caterva’, a finales de la década del treinta, Filloy se sumió en un silencio editorial de varias décadas, aunque siguió escribiendo de forma constante, apilando manuscritos, muchos de los cuales permanecen inéditos. En 1975, la publicación de la novela ‘Vil & Vil’ (subtitulada ‘La gata parida’) enfrentó al autor con el estamento militar, siendo víctima, a sus 80 años, de varios interrogatorios a punta de metralleta, y al secuestro y la prohibición del libro. Un diálogo transcurrido en uno de los interrogatorios, citado luego por Filloy en una entrevista, parece arrancado de una de sus propias obras: “‘¿Cómo ha escrito usted este libro?’ ‘¿Y cómo no lo voy a escribir si soy escritor?’ ‘Mire lo que dice acá’ ‘Lo dice el personaje, coronel, son ideas de él.’ ‘Pero usted le presta ideas,’ ‘Yo no le presto ideas a mis personajes; son las ideas de ellos.’”.
En 1987, entrevistado por Mempo Giardinelli, a los 93 años, Juan Filloy planteó una suerte de credo que, a la luz de toda su obra publicada y de su trabajo con la escritura, evidencia una coherencia que impresiona: “Un artista sin imaginación es igual a cero. Uno necesita una imaginación de contrabandista de drogas, experto en burlar aduanas de todo el mundo. Baudelaire decía que el trabajo es una forma desesperada de divertirse y eso es verdad. Trabajando se presentan las ideas y se estimula la imaginación. Sin imaginación no hay escritor. La imaginación es la gran matriz proveedora de argumentos, de estructuras, de estilos. Es una especie de mayéutica, un parto diario. El escritor tiene embarazos constantes, perennes. Por eso digo que me interesa el libro que está por nacer; me preocupa la preñez. Y como para mí la inspiración no existe, trabajo todos los días. Soy un sistemático, y si no escribo cada día, me abotargo. Hay un manicomio dentro de un escritor… Si uno tuviera una población de hombres correctos, sería un escritor insoportablemente monótono, porque la vida correcta es lo más estúpido que hay”.
(Hoy Canelones Cultura 2020)
La obra de un maestro |