El dado blanco de la poesía

Quiero agradecer a la Universidad Nacional Tres de Febrero y a la
poeta María Negroni, el honor de haber sido invitado a exponer en
este prestigioso ciclo. Atribulado, pues tras muchos años de escribir versos, debo, desasistido por una formación teórica, hablar sobre este extraño oficio que nos condena a no saber nunca– como nadie supo hasta ahora- qué es la poesía, esa dimensión tan profunda como salvaje, que no cede su secreto, pero sí sus prodigios.


Como ustedes saben, convocado por un golpe de emoción, de
inocencia o asombro, se lanza el poeta como un ciego iluminado a ver si le es concedido el poema. Asido sólo a esas certitudes entra en esa energía oscura, con la única brújula de su intuición. Para acceder a esos campos, uno debe dejar de ser uno, para que sea la poesía la que escribe.


Y es que esa dama no juega con los dados cargados. Uno lanza al aire un dado blanco y si ella lo marca, cae legitimado por auténtica poesía. Si, por el contrario, el poeta lo marca a priori, el dado indefectiblemente cae blanco y desactiva la escritura. La intuición, no la intención, ni el cálculo, ni la astucia, impulsan ese salto hacia el abismo.

El poeta salteño nos autorizó a reproducir sus palabras en una charla que ofreció hace tres años en la UNTREF. Nos acercan al permanente misterio de la poesía.

La extensa obra del Teuco merece un tratamiento que no podemos intentar aquí, limitándonos a reproducir tapas de algunos de sus libros.

La cacería

Tras de ese impulso comienza la cacería, hasta que la presa cae en las redes. Y allí se deja estar latiendo, feroz, deforme, intacta y oculta. Recién al cabo de un tiempo, cuando la tormenta que la trajo se despeja, interviene el amanuense, pule las aristas, redondea el verbo, destierra las vacilaciones. Aplica el único oficio del que es dueño: su carpintería.


Este es el núcleo original de su alquimia más solitaria. Pero son
muchos y distintos los fuegos que alimentan la vigilia del ilusionado aspirante a lo largo de su vida. En mi caso -y pido que me disculpen pero me han pedido que hable de mi experiencia- creo que fue en mi infancia cuando ya tuve señales de esa hechicería. Con cuatro o cinco años –y esto lo relato en un poema- todas las noches, desvelado veía bajar la muerte por una escalera de mi casa y dormido, soñaba con la lluvia de fuego del fin del mundo. Recuerdo que mi curiosidad no cedía ante la visión de esos terrores. Ya más changuito advertí que había sido favorecido con nacer en la casa de un poeta, quien, junto a mi madre, me enseñaron a mirar, maravillando mis días.


Y empecé a fatigar con malos versos –igual que ahora– cuanta hoja en blanco se me ponía por delante. Los primeros resultados: tres libros, que, aunque olvidables, de alguna manera determinarían lo que fue mi escritura hasta hoy. Partes de un aprendizaje que no cesa y que, con el tiempo y por acumulación se reunirían en tres o cuatro líneas más o menos reconocibles. Voy a reducirme, sin entrar en muchas disquisiciones sobre la creación poética, a describir las etapas, que marcaron con mayor intensidad mi producción en este género. Y también a las diferentes mutaciones del lenguaje con que fueron escritos.

Los tiempos de la tierra

Una de ellas es la que se construyó andando por los caminos a partir de un primer viaje, cuando solo y a los dieciocho años, entré a Bolivia, rumbo al Perú. Viendo esos confines de dramática belleza, sus gentes de concéntrica y refinada delicadeza que, teniendo nada, me daba de comer en sus mercados, generosos, pese a la implacable explotación a los que los tenían sometidos, así comencé a conocer, desde el hueso, las luces y las sombras de la manada humana. Fue también en ese viaje que vi por primera vez en el altiplano, en toda su intensidad, desollado y astral, el planeta.


Desde aquella vez hasta hoy lo vengo caminando por América y sus islas, Asia, África, Europa y Oceanía. Van a ser una docena de libros que relatan esa andadura. Y no lo hacen con la misma voz. Y es que cada región, cada pueblo, cada cultura manda ser expresada con el lenguaje que esa tierra trasmina. Es toda la naturaleza la que habla. El hombre muchas veces no advierte que es la naturaleza, de la que él forma parte, la que hace la poesía. Ambas, capaces de todas las formas y toda la imaginería, no mienten nunca. En mi caso dejé que esos mundos hablaran en mí, no yo en ellos.


Ocurre que en nuestra travesía desde las infatigables y minuciosas
células primordiales, desde el alga azul al reptil al pájaro, intentamos detener una metamorfosis en nombre de una unidad ficticia, reducir el mundo a “nuestro mundo” y nos hemos cegado ante esa creación incesante. Aunque a cada poeta le es dada una particular sensibilidad que lo imanta a determinados escenarios y no a otros, las siempre provisorias, cuando no reductoras estéticas de turno, han vallado la percepción de esa totalidad. Esto es visible en mucha poesía empecinada en recluir su visión sólo a lo urbano confinando la naturaleza a un mero paisajismo o a la época que dictan las grandes metrópolis, olvidando que la época es también inmanente en cada criatura, en cada fruto y distinta en la montaña, en el desierto o en la selva. Y es que son muchos los tiempos con que palpita la tierra.


Quise, con persistente y escasa fortuna, entrar en ese entramado de tiempo y vidas, sostenidos por pequeñas eternidades, donde
nacimientos y exterminios, se reengendran en una incesante utopía. Releyendo estos trabajos advierto con cierta tristeza que tal vez sólo quede en ellos alguna memoria de tanta hermosura ahora estragada por los codiciosos mercaderes –insisto, más que mercaderes, mercadáveres- por las guerras de la fe o mejor, la fe en la guerra o la que propaga la invalidez mental de los poderosos.



Hasta que el planeta nos hunda y resucite sin nosotros, si es que antes no termina este ya visible suicido colectivo de la especie humana.

Ngorongoro mantiene viva la esencia sonámbula de África. Como en Libro de Egipto, Leopoldo “Teuco” Castilla nos hace testigos de las bellezas y …

El salto de la poesía

Y también es del hombre que pretendieron hablar otros libros míos. A tientas, intentando descifrar cuál es el sitio de esas criaturas que empiezan a desaparecer cuando aparecen, de esas imágenes vivas, vagando entre el abismo de universo y el abismo que tienen dentro de sí mismos. Nunca, El amanecido, Manada, Baltasar y algunos poemarios inéditos, dan cuenta de ese empeño, en el que inevitablemente, reaparecen de tanto en tanto, las experiencias íntimas de la vida de uno. Como es de esperar, con otro lenguaje. Porque es inverso el viaje. Bien decía Mallarmé: “Frágil como mi aparición terrestre, no puedo sufrir sino los desarrollos absolutamente necesarios para que el Universo reencuentre, en ese yo, su identidad”.


En ambos casos en lo pánico como en lo íntimo uno siempre está
tentado –quizás por esa hermosa apuesta de las vanguardias que nos precedieron– a intentar una forma inédita que renueve la forma
poética. A veces, con suerte, esa búsqueda da sus frutos. Pero casi siempre ocurre cuando el poeta tiene internalizado en su propia naturaleza ese mecanismo: Picasso es el cubismo. Cuando no, ese propósito puede naufragar en experiencias voluntariosas pero yermas.


Para dar un ejemplo: muchas veces se ha intentado desarticular el
lenguaje o intentar anular el ritmo (ese pulso extrañamente inviolable en la poesía) y el resultado es un mero malabarismo. Falta el sustento del fondo. Estamos marcando los dados con puntos vacíos. No hay revelación si el fondo no alimenta la forma: no es lo mismo desarmar el reloj que detener el tiempo.


Lejos de mí denostar estas búsquedas sin las cuales la poesía no
tendría, como hasta hoy, su magnífica polifonía, de hecho yo mismo incurrí en ellas en algunos trabajos. Sólo coincido como Wallace Stevens en que: “La poesía excéntrica y disociada es aquella que intenta existir, o que se pretende que exista, independiente del poema, es decir en un estilo que no es idéntico al poema. Nunca rebasa un manierismo superficial”.


La experimentación tan necesaria como estimulante dotó a la poesía de nuevos abordajes pero creo que la renovación más importante se hace visible cuando el poema desentraña un mundo innominado, cuando arranca de las sombras otra realidad desconocida hasta ahora.


Retomo el tema de estos libros y lo que pude observar respecto al efecto del lenguaje a medida que los iba haciendo. En la poesía intimista al ser uno el tema se cae en la tentación del total arbitrio de lo que se expresa y de que tenemos todas las claves para hacerlo. Así, uno suplantaría al dado. Y en nombre de esa pretendida autonomía se amputa el vuelo y por ende el riesgo que es el que eleva la aventura poética.


Reconociendo esos voltajes esenciales, podemos expandir, potenciar pero no falsificar esa certitud que contiene el nervio mismo del poema, cuya ley, por otra parte, no nos es develada. Pues hay zonas invisibles que inciden en su hechura. Bien afirma el poeta Julio Salgado que “en la poesía hay un salto donde hasta la palabra es intrusa”.


Al ejecutarse- observa Rafael Felipe Oteriño: “el poema crea al autor y, en muchos casos, este desaparece después de la escritura“. No es extraño pues que sea un pan hecho por todos- o por el todo-y amasado por uno. Dotado de otra polifonía ajena incluso a la misma integridad del poema cada una de sus flechas da en un blanco distinto en esa multiplicidad que lo ha engendrado. Basta interrogar a quienes lo escuchan sobre cuál es el verso que más los ha impresionado. Las respuestas suelen ser disímiles lo mismo “que el sol que alumbra a todos / pero se hunde de uno en uno” (valga la autocita).

El misterio que nos une al mundo

Abandono estas divagaciones que me salieron al paso y vuelvo paracerrar (¡al fin! dirán ustedes) con la otra llamémosla línea temática demi trabajo. Las primeras experiencias tuvieron lugar sobre mis treintaaños al comienzo de mi exilio en Madrid. Tras tres años de sequíapoética –y de las otras- escribí Versión de la materia, publicado por mi amigo el poeta Santiago Sylvester en la colección Estaciones, fundada por él, Carlos Benítez y Héctor Tizón en la capital española. Sin querer fueron apareciendo percepciones de una física oculta de la realidad cuyas percepciones, modestas por cierto, se extendieron en
otros libros: Campo de prueba, Teorema natural, Línea de fuga y
Poesón (al universo). Neófito en esos saberes, intuitivamente y
soñando con una pequeña revelación que los justificara, quise, con una audacia e irresponsabilidad de las que no me arrepiento (sí, los lectores) tratar de tocar alguito aunque más no sea el misterio que nos une al cosmos.


Esta vez el lenguaje fue seco, despojado para enfrentar con el mismo tono al lenguaje de la ciencia. Cuidando de no glosarla y de que cada poema soportara el banco de prueba de la poesía más allá de la supuesta “trascendencia” del tema. No fue tarea fácil. Esclavizados por la proporción, por la pertinaz obediencia a la causología y a la verdad científica, no podemos sino violando los paradigmas con los que sostenemos la idea del ser en la cultura determinar que somos dentro de ese universo que se engendra y se destruye continuamente, él mismo sin poder nacer del todo todavía.


Subimos por nuestras propias proyecciones, magnificándonos o
disminuyéndonos, inventamos dioses, con la voluntad de la energíaque es nuestra verdadera entidad- tratando de reintegrarse a su origen. En nuestro caso: el sol. Como que somos “polvo de estrellas”, como bien decía Carl Sagan.


Pero volvamos a esos libros que dieron los impulsos a esta búsqueda para contarles una anécdota risueña: Por ese entonces, una amiga mía, que le había mostrado estos trabajos a un grupo de científicos me dijo que estaban interesados en escucharlos en un recital- Y lo di en la


Residencia de Estudiantes., que dependía del Instituto Superior de
Investigaciones Científicas de España .Leí algunos poemas y luego, ya en un diálogo posterior, me preguntaron en qué teoría me había basado para escribirlos. “En ninguna, respondí, ocurre que cuando yo era niño en Salta veía que cuando se desataban las tormentas las mujeres tapaban los espejos y escondían las tijeras bajo las almohadas. Allí me di cuenta que no todo es lo que es, ni sucede donde parece”.


Y es que a veces pareciera que es pura duración de la infancia la
poesía. En el trayecto muchos caminos, mucho aprender de la poesía de todos y mucho, conmovido, respeto por este oficio.


Sin saber todavía si lo que he escrito tantos años, no sea más que la pequeña cosmogonía de un niño que se dio a perseguir infructuosamente las palabras, soñando todo, antes que la muerte
termine de bajar la escalera. Haciendo lo que nunca pudo para no
volver a ver jamás el fin del mundo.

Leyendo en Madrid
Mesa de sus libros en una exposición
Anzoología, diagramado por
Barco Edita en Santiago del
Estero, con tapa de Walden,
impreso en Buenos Aires.